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Albert Libertad

Contra los pastores, contra los rebaños

 

 

ISBN: 978-84-15862-10-9

 268 págs. | 12x17 cm | Rústica con solapas  | 13€

www.pepitas.net/libro/contra-los-pastores

Prólogo de Diego Luis Sanromán

 

 

 

Albert Libertad, seudónimo de Joseph Albert, nació en Burdeos en 1875 y murió en París en 1908. Se crió en un orfanato y comenzó su vida laboral como contable. Pero pronto abandonó ese oficio para dirigirse a la Ciudad de la Luz, donde no tardó en brillar como uno de los más ágiles y seductores propagandistas del anarquismo de la Belle Époque.

Colaboró en diferentes publicaciones y grupos ácratas, fundó su propio periódico, L’anarchie, e impulsó las causeries populaires (charlas populares) en las que defendió y propagó con vigor el individualismo anarquista. Fue un orador y un escritor enérgico, provocador y penetrante y atacó la servidumbre voluntaria casi con más vigor que la explotación del hombre por el hombre.

 

 

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«Contra los pastores, contra los rebaños» era el eslogan de L’anarchie y de este periódico (que vio la luz en París entre los años 1905 y 1914) hemos extraído los escritos de Albert Libertad que conforman este volumen, unos textos que se reúnen por primera vez en castellano, y que han sido prologados, anotados y traducidos por Diego L. Sanromán.

Sin concesiones a quienes se dejan gobernar, tanto como a quienes gobiernan, Albert Libertad apela a la responsabilidad del obrero en la reproducción de la miseria cotidiana y se enfrenta a cuestiones siempre actuales: la guerra, el sindicalismo, el trabajo, la justicia, las elecciones y el larguísimo abanico de frentes que se abren al discutir la Cuestión Social.

Compañero de É. Armand, y dueño de una prosa más vigorosa y más vital que la del autor de El anarquismo individualista —también publicado por Pepitas de calabaza—, Libertad va más allá de la política: se asoma a la anarquía como íntima filosofía de vida.

 

Estos escritos, que combinan el orden combativo y el reflexivo, poseen algunas de las mejores cualidades del anarquismo de principios del siglo xx, entre ellas cierta ingenuidad y la creencia en que el cambio individual —y luego social—, no solo es posible, sino que es imprescindible.

 

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 “Inválido de las dos piernas, apoyado en unas muletas que usaba vigorosamente en las escaramuzas, gran peleador por lo demás, llevaba sobre un torso poderoso una cabeza barbuda de frente armoniosa. […] Violento y magnético, se convirtió en el alma de un movimiento de tan extraordinario dinamismo que todavía hoy no está del todo apagado. A él le gustaba la calle, la multitud, el barullo, las ideas, las mujeres”- Víctor Serge, Memorias de un revolucionario