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Martín Olmos

Escrito en negro
(Una tarde con la canalla)



Septiembre, 2014 | 224 págs.| 14,5x 21 cm
ISBN: 978-84-15862-22-2 | PVP: 15 €
www.pepitas.net/libro/escrito-en-negro

 

 

Colgaron a un elefante en Tennessee por matar a un pelirrojo. Le marcaron la jeta a Capone. Jack destripó a una ramera. Paco el Muelas le vendió a un primo un tranvía. Asaetaron a san Sebastián. Mataron al Jaro, que solo tenía un cojón. Al general Galtieri le salió corta la meada. Le hicieron un cuplé a un legionario. William Burroughs le voló la cabeza a su mujer. Norman Mailer acuchilló a la suya. Le dieron lo suyo a Rodney King; le zurraron los pasmas durante ochenta segundos y se volvió loca la jungla. El Lobo Feroz servía de garrafón. El Bizco del Borge miraba torcido y disparaba derecho. Lincharon a dos desgraciados en San José y se forraron los tasqueros. Se cargaron al Ringo en un burdel de Nevada; andaba guapeando a una coja. Perpetuaron el revés de Billy el Niño. En la calle de la Princesa vivía una vieja marquesa. La Dulce Neus enseñó las peras en el Interviú. El general Millán Astray era desmontable. Estamparon camisetas con la cara del caníbal y les pusimos nombres a los monstruos. 

Siguiendo los pasos de aquellos ciegos que contaban crímenes en las plazas de pueblos y ciudades, pero con los ojos más abiertos y con mucha más documentación, Martín olmos nos narra con detalle crímenes y criminales, conformando con esta galería todo un compendio del mal en estado puro.

 

***

[…] El hombre lleva asesinando a sus semejantes desde que descubrió que una piedra es más dura que una cabeza, pero generalmente necesita un motivo, que o lo tiene o se lo inventa. La razón de matar es grandilocuente en los magnicidios, quizás altruista, pero normalmente es codiciosa y se viene matando frecuentemente por quitarle al otro lo que tiene y, puestos a buscar causas, David Berkowitz decía que asesinaba porque se lo mandaba el perro de su vecino, que era el diablo Belcebú. Se mata por amor y por desamor, por celos o por un calentón de pitarra, se mata por una idea que normalmente no merece la pena y se mata porque uno siempre tiene la razón; y por un millón lo mismo que por una perra gorda, por la linde de la huerta, por el honor, por presumir de macho delante de la novia y por hambre. Pero no se mata por nada como no se sale a la calle una noche de diluvio si no se tiene que ir a por pitillos. Ni se mata por juego, que para eso se inventaron los árabes el ajedrez. […]