"Artículo que debe usted leer apenas se despierte el día primero de año"

Ya sé, ya sé que no está usted para lecturas. Le duele la cabeza, tiene la sensación de que su lengua es una alpargata, y entre sus ojos ve la horrorosa cuenta de enero; es lo malo de la Nochevieja, amigo.

Pero usted debe seguir leyendo. Usted debe enterarse de lo que se dice aquí, porque si no se entera, usted se encontrará esta tarde con un complejo tremendo de ciudadano imbécil, con un complejo que podríamos llamar, respetuosamente, «complejo de San Silvestre».

Expliquemos en qué consiste.

Usted, al llegar diciembre, pensó en la paga extraordinaria esa y en lo que se iba a divertir en la Nochevieja esta. Planeó cómo y dónde podía celebrarla, y escogió el lugar y el procedimiento que se le antojaron más propicios. Durante unos días imaginó lo estupendamente que lo iba a pasar poniéndose un gorro en la cabeza, soplando en una flauta, bebiendo champaña, comiendo uvas y gritando: «¡Viva!, ¡viva!». Llegó la fecha esperada. Usted hizo una comida ligera al mediodía, para encontrarse en forma por la noche. Y, efectivamente, usted se puso su gorra, sopló su flauta, bebió su sidra, comió sus uvas y gritó sus «¡Viva!, ¡viva!» de rigor. Pero…

Pero no se regocijó nada. Anoche usted no se encontró divertido, ni jubiloso, ni siquiera entretenido. Se da cuenta de que así fue ahora, cuando le pesa la cabeza como si llevara sobre ella una apisonadora. —Y usted se entristece al pensar que no sabe sacarle partido a la vida, que es usted un aguafiestas y que debe retirarse del mundanal ruido para condenarse a un ostracismo de olé. A usted ahora le parece idiota todo lo que hizo anoche y se muerde las muelas de rabia recordando las tonterías que dijo, las gansadas que escuchó y las bobaditas que presenció. ¡He ahí el complejo!

Pero no se apure, hombre. Lo que a usted le sucede le está sucediendo en estos mismos instantes a todos los señores que se pusieron gorritos, soplaron flautitas y etc. Usted puede propinarle un puntapié a su complejo de imbécil, como se lo propinan los demás, también aprisionados ahora entre los gorros de esa sensación. Todo lo que tiene que hacer es ducharse, vestirse y salir a la calle. Y una vez en ella, mentir como un bellaco. Como mienten todos los señores que anoche se aburrieron como ostras y como usted. Mentir diciendo que la Nochevieja que pasaron fue la mejor que recuerdan; que se rieron como chiquillos, que bailaron como peonzas, que cenaron como príncipes en perfecto estado de salud, que todo fue graciosísimo, que qué bien se comieron las uvas y que año nuevo vida nueva.

Porque, amigo dilecto, la Nochevieja, como todas las fiestas reglamentadas, es para eso: para pasarlo horriblemente y para recordar que se pasó estupendamente.

 

Azcona

 

N.º 737, 1-1-1956