Antoine Gimenez se llamaba en realidad Bruno Salvadori. Nacido en 1910 en Chianni (Pisa, Italia), tomó contacto desde muy joven con el ideal libertario a través de algunos de sus clásicos. Amante de las mujeres como pocos, «vagabundeó» por Europa, bien transportando publicaciones, bien rehuyendo a las policías políticas que le seguían el rastro. En varias ocasiones fue expulsado de Francia y España.
Según sus propias palabras, era un rebelde que vivía al margen de la sociedad y se convirtió en un revolucionario en España, al ver reorganizarse la sociedad sobre unas bases más justas.
Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó en el Muro del Atlántico, donde realizó algunas acciones de resistencia y sabotaje. Después se instaló en Marsella hasta su muerte en 1982. Que sepamos, se mantuvo alejado de la «actividad subversiva» hasta casi el final de su vida, cuando tomó relación con un pequeño grupo anarquista en el que participaba su nieta Viviane, quien le impulsó a que escribiera estas memorias.
Hoy, sin ninguna duda, Antoine Gimenez se ha convertido en el héroe -bellamente anónimo- de los que ni tenemos ni queremos héroes.