Calabaza, se acaba un nuevo día y, como todas las tardes, quiero despedirme de ti. Quiero despedirme y darte las gracias por seguir aquí con nosotros. Tú que podías estar en la mesa de los ricos y los poderosos, has elegido el humilde bancal de un pobre viejo para dar ejemplo al mundo.
»Yo no puedo olvidar que en los momentos más difíciles de mi vida —cuando mi hermana se quedó preñada del negro, o cuando me caparon el hurón a mala leche—, solo tú prestabas oídos a mis quejas e iluminabas mi camino. Calabaza, yo te llevo en el corazón».
Estas palabras de «Amanece, que no es poco» inauguraban, hace más de ocho mil días, una pequeña aventura editorial —que se ha convertido en una gran aventura vital— llamada Pepitas Editorial. Y, con unas cuantas canas más en la cabeza, unos trescientos títulos a la espalda y la calabaza llena de pepitas, continuamos fieles a las mismas ideas que nos empujaron a ponernos en marcha: abrir las puertas y ventanas de una casa que, a nuestro juicio, llevaba demasiado tiempo sin ventilar: la crítica social, radical y sincera.
En este tiempo nos hemos tomado un especial interés en la crítica de la política —en tanto que lenguaje de la Economía y el Estado— y hemos abrazado el humor como seguro de vida. Y, a grandes rasgos, hemos incidido en dos líneas de trabajo: el ensayo (donde conviven tanto los documentos de la guerra social como esos documentos del conflicto individual que son los diarios) y la narrativa (en donde hemos prestado especial atención a las vidas de individuos siempre únicos e irrepetibles, pero con frecuencia siempre a desmano). Hay otras líneas, evidentemente, pero son más difusas, más sutiles, y ha de ser el lector quien las tenga que reconocer.
Siempre hemos buscado hacer del libro un objeto, además de iluminador, cómodo y bello. Y por eso hemos cuidado tanto los textos como los aspectos gráficos de la edición. En ocasiones nuestros libros aparecen ilustrados.