Bello como una prisión en llamas narra un episodio de la historia de Inglaterra mal conocido en ese país y completamente desconocido por estos lares: la primera gran insurrección proletaria de la era industrial.
A comienzos de junio de 1780, la aprobación de una ley considerada «papista» desencadenó un monumental motín que, sin jefes ni doctrinas, y abundantemente regado con ginebra y otras bebidas etílicas, desembocó en una gran fiesta popular a lo largo y ancho de la que entonces era la ciudad más grande de Europa: Londres.
Al grito de «¡No a la esclavitud!» se quemaron las casas de los políticos, se socializaron las destilerías, se destruyeron los símbolos de la opresión y se incendiaron las prisiones, no sin antes poner en libertad a los pobres (sus moradores habituales).
Esta breve narración viene a mitigar el desconocimiento, la ocultación y la deformación de estas jornadas, que por olvidadas nos resultan aún más memorables.
[…] De la noche, de los slums de Whitechapel o de Southwark, de los tugurios y albergues, de los talleres y los puertos, de los burdeles y las tabernas, surgen decenas de millares de pobres insomnes y sin futuro. Se burlan del papa y del rey, de los tories y de los whigs, de los ritos y de las rentas, del arte de gobernar y del de administrar. Quieren cortarle la lengua a los sermoneadores o devorar la mano que les arroja las migajas de la expansión mercantil, suprimir las leyes y la autoridad para que todo sea de todos y ver arder los presidios en una ciudad abandonada por los ricachones y los peces gordos. Ansían apasionadamente el fin del orden existente. Arden en deseos de realizar el viejo sueño de Cucaña de las grandes insurrecciones londinenses: ver por fin echar clarete a las fuentes públicas. […]