Fue Enrique Jardiel Poncela quien primero se fijó en el peculiar modo de hacer en el escenario de Fernando Fernán Gómez y escribió para él el personaje del Pelirrojo, de Los ladrones somos gente honrada. A principios de los años cuarenta se pasa del teatro al cine, pero es un culo inquieto: tertulia con poetas, dirige teatro de cámara, crea el Premio de Novela Breve Café Gijón, asiste a las primeras Jornadas de Cine Italiano en Madrid en 1951 y descubre el neorrealismo. Con Analía Gadé, conformará una de las parejas más reconocibles de la comedia desarrollista española, al tiempo que como director va perfilando una mirada propia menos conformista con el díptico La vida por delante y La vida alrededor. Tras un par de afortunadas transposiciones a la pantalla de sendas comedias de Miguel Mihura, se embarca en la dirección de sus dos mejores películas como director —El extraño viaje y El mundo sigue—, que estrenadas muy tarde y peor que mal amenazan con condenarlo al ostracismo profesional, así que acepta los encargos que le ofrecen. Las cosas cambian a partir del éxito de El viaje a ninguna parte, su particular visión del mundo de los actores itinerantes. Las bicicletas son para el verano es su consagración teatral y supone el segundo inicio de una carrera literaria que lo conducirá hasta la mismísima Academia. Para abreviar, Fernando Fernán Gómez es uno de los hombres más completos de la cultura española del siglo xx.