El Discurso preliminar de la Encyclopédie des Nuisances (Enciclopedia de la Nocividad) es el texto de presentación de uno de los proyectos de crítica social más lúcidos e interesantes de la segunda mitad del siglo xx en Europa. Animado por Jaime Semprun y sus amigos, este grupo publicó una revista con el mismo nombre —un diccionario de la sinrazón en las ciencias, los oficios y las artes— que posteriormente devino en editorial. En ella han aparecido autores de la talla de Lewis Mumford, Günther Anders o Georges Orwell.
La Encyclopédie des Nuisances entendía por «nocividad» no solamente los diversos excesos del sistema productivo, el carácter nocivo de sus productos o los factores «técnicos» que amenazaban la vida de las personas, sino el hecho de la separación real entre los individuos y los resultados de su actividad.
Este texto, considerado el punto de partida de la crítica antiindustrial, sigue teniendo una vigencia pasmosa. Su fino análisis desentraña el carácter de las nocividades —individuales, sociales, ambientales— a las que nos enfrentamos.
«Para Diderot y sus amigos, el poder práctico que los hombres estaban adquiriendo con el desarrollo de la producción mercantil anunciaba un mundo liberado de prejuicios y gobernado por la razón, un mundo más rico en posibilidades de goce, en el que cada cual sería libre en su búsqueda de la felicidad. Después de más de dos siglos, y aunque en su modestia asegure que aún está lejos de haber dispensado todos sus beneficios, sin duda ha llegado el momento de juzgar esta producción mercantil conforme a los hechos: pues ha transformado el mundo lo suficiente como para que sea posible apreciar lo que nos ha dado, y todavía no lo suficiente como para que sea imposible recordar aquello de lo que nos ha privado».
«De modo que no se encontrará aquí un vulgar inventario de temas para la lamentación. Los lloriqueos ecologistas de esta época no son más que sofismas. Exigir al Estado ayuda y protección equivale a aceptar por adelantado todas las afrentas que ese Estado considerará necesario infligir, y semejante desposesión es en sí misma la mayor de las nocividades, la que hace que se toleren todas las demás».
«Materialista en su práctica del condicionamiento, el poder moderno sueña con realizar a su manera la ficción del Tratado de las sensaciones de Condillac: ya no se trata de transformar una estatua en hombre dotándola de los distintos sentidos y por lo tanto de las sensaciones a partir de las cuales modelará sus facultades, sino, a la inversa, de transformar a los hombres en esclavos robotizados seleccionando las sensaciones a partir de las cuales solo podrán desarrollar una multiforme facultad de sumisión: dado que los hombres son el producto de las condiciones, de lo que se trata es de crear condiciones inhumanas».