Estos escritos fueron encontrados en lo que había sido su última casa. Empaquetados en papel de diario, al igual que las cosas clandestinas que esperan durante mucho tiempo al destinatario que perdió la cita de encuentro o la clave de acceso al lugar. Ese destinatario es la Argentina. Cuando murió en 1964, Ezequiel Martínez Estrada ya se había dado cuenta de que sus verdades habrían de sufrir el destino de los documentos que hibernan en cuevas del Mar Muerto. [...]
[...] Son éstas algunas hebras sueltas de un escritor tan malhumorado como dotado de amor, amargado por la Argentina, país al que acosó en sus obras a fin de desviarla de un porvenir funesto, y a la que dedicó toda una vida de pensamiento y trabajo. El lector español quizás pueda reconocer en estas cápsulas de pensamiento el ritmo meditativo y las preocupaciones maceradas de un hombre que fue prisionero de su ciudad y su nación, y a la vez, libre y profético.