Un buen día Flaviano decidió realizar el mismo camino —y en las mismas condiciones— que recorren miles de migrantes en busca del sueño americano: se caracterizó como un migrante más, envió desde la frontera de México con Guatemala su pasaporte por correo a un amigo en Ciudad de México, adquirió una identidad inventada y recorrió los miles de kilómetros que separan Guatemala de Estados Unidos asumiendo la misma suerte que corren tantos otros migrantes. Bianchini no solo nos relata su viaje —un aterrador recorrido por lo mejor y lo peor del ser humano en uno de los países más extremos del mundo—, sino que nos trasmite numerosos conocimientos sobre cuestiones relacionadas con las migraciones y el gran negocio que suponen las fronteras para las organizaciones criminales, entre ellas los estados legalmente constituidos. Es este el diario de una dura experiencia, un testimonio que está muy lejos de ser la frívola historia de un viajero occidental en busca de experiencias extremas: estamos frente una descarnada narración en primera persona del drama que viven miles de pobres que se ven abocados a dejar sus hogares; un drama que en lo esencial sigue siendo invisible.
[...] El anciano no pronuncia nunca la palabra migrante o inmigrante. Nos trata de usted. Para los de su generación el término migrante debe de ser un poco despectivo. Un migrante era uno que, o era más pobre que los demás o no tenía el coraje de afrontar su pobreza. Pero hoy es distinto. El migrante es uno que de algún modo se rebela contra esa pobreza y esa situación, pero a su manera. Es uno que se rebela contra un mecanismo económico que prevé que de sur a norte se desplacen millones de toneladas de mercancías, pero no de personas. Es uno que se rebela contra un sistema según el cual exportar oro está bien, pero exportar vidas no. Es uno que se rebela contra una concepción según la cual el que nace pobre no debe tocarle los huevos al que ha nacido rico. [...]