«Quien abre estas páginas se adentra en el laberinto del bosque otoñal, conduce por carreteras sin nadie, escucha el viento, mira pasar las nubles… Antonio Cabrera, con excelente literatura, nos enseña a ver, a librar nuestros ojos de las legañas de la costumbre y la literatura».—José Luis García Martín
«No solo le interesa el pequeño detalle y siente fascinación por las variedades de un mismo hecho; tras demorarse lentamente en los objetos que captan su atención, el escritor nos conduce en cada artículo a una reflexión lírica, humana, sentimental, que refleja su personalidad y nos ayuda a conocerlo: un hombre en armonía con la naturaleza y el tiempo, que al contemplar el paisaje se sabe dentro del paisaje, que vive inmerso en la poesía cotidiana, que sabe que el mundo está hecho con las hebras casi infinitas del lenguaje. El ideal de Antonio Cabrera es unir pensamiento y emoción, dejar que su mirada se vaya convirtiendo en pensamiento».—Mercedes Escolano
«Mirar y pensar son dos cosas diferentes», dice Antonio Cabrera en este libro. Pero uno tiene la impresión de que toda su obra, la que ha escrito en prosa (El desapercibido) y la que ha escrito en verso (En la estación perpetua, Tierra en cielo, Piedras en el agua, Corteza de abedul) es un intento de unir ambas acciones.
Antonio Cabrera discurre en estas páginas, nacidas sin prisa ni necesidad, por el tiempo (el año de la tierra, el minuto de la luz), como si fuera un lugar; lo mira como si fuera un paisaje. Así, espacio y tiempo, las dos coordenadas de la vida humana, adquieren un nueva dimensión, abarcable solo por la mirada del poeta o el discurso del filósofo, ahora devuelto al lector con un lenguaje luminoso y firme.
Cabrera nos habla de cosas sencillas, cosas muchas veces vistas o sentidas (ver volar vencejos, colgar un cuadro, buscar espárragos o poner la lavadora), y no solo las renueva ante nuestros ojos sino que les da una dimensión distinta. Sus palabras nos incumben porque hablan de partes de nuestras vidas a las que nunca les hemos dedicado una fracción de pensamiento.
[…] Las prosas reunidas aquí se escribieron a lo largo de tres años, entre octubre de 2003 y septiembre de 2006. […] Y aunque de este modo quizá su atención se centra menos en el drama del mundo que en su escenario, estas prosas levantaron acta —mientras transcurrían y volvían a transcurrir los días, las semanas, los meses— de algo cuya huella en la conciencia demandaba expresión: el triunfo constante de lo real más inmediato y presente. Un triunfo que no nos derrota, sino que nos va haciendo. […]