[...] No hay mucho que añadir. Quizá tan solo que cada vez se nos va haciendo más pequeña esa casa, que quizá ya no se escriben libros excepcionales en los cafés y que ni siquiera el ajedrez sigue encontrando allí un refugio civilizado. Pero que no se nos desboque la nostalgia incurriendo en pesimismo apocalíptico. Para renovarnos el entusiasmo volvamos los ojos al Café Bretón, a sus apasionadas gentes, a sus azucarillos envueltos con versos en los que sigue latiendo la poesía, a la poesía misma cuya defunción, como la de esas estrellas ya extinguidas cuya luz aún podemos vislumbrar por los pasillos del espacio y la donosa lentitud del tiempo, hace mucho que ha sido cantada a pesar de lo cual sigue alumbrándonos. —Juan Bonilla