Memorias de un señor bajito
Logroño, noviembre 2011
Tercera edición
ISBN 978-84-935704-8-4
130 págs., 12x17 cms.
Encuadernación: rústica con solapas
PVP: 11,00€
Precio web: 10,40€

Memorias de un señor bajito

Con el título de Memorias de un señor bajito Rafael Azcona recogió, a petición Mario Lacruz, director de la Enciclopedia Pulga (Ediciones G. P.), una serie de textos publicados por primera vez en la revista La Codorniz a mediados de los años cincuenta. La edición que ahora presentamos, aunque ampliada y corregida por el autor, mantiene el aroma y el sabor de los escritos originales, y devuelve a los textos lo que la censura —y la autocensura— de aquel tiempo les hurtó. Con el paisaje de fondo de la sociedad española de los 50, estas memorias, cargadas de una finísima ironía, inequívocamente azconiana, relatan la peripecia vital de Juliano Fernández, hombre normal donde los haya, al que le ocurren cosas normales y al que no dejan de cruzársele en el camino fenómenos paranormales. Así conoceremos los cuidados que este peculiar pícaro de posguerra, le brindó a su abuelo, sus incursiones en el mundo de la economía, sus cursos de enseñanza por correo urgente, cómo consiguió la Cruz del Mérito Agrícola, en qué consistió su labor de Inspector de Tontos de Pueblo, lo que le depararon sus agridulces noviazgos o cómo la carrera laboral de este antihéroe lírico y bufonesco cristalizó en una seria aversión al trabajo. En esta época en la que casi todas las manifestaciones culturales pasan por el supermercado (o por la subvención) este libro nos sigue deparando, como entonces, auténtico humor de contrabando.

[…] Fue aquella minucia, una despreciable y ridícula minucia, la causante de mi ruina, pues por su culpa perdí mi cargo en el Cuerpo de Inspectores de Pueblo, cargo que conlleva trienios y una pingüe jubilación. […] Cada vez que me acuerdo de aquella catástrofe siento el salvaje deseo de declararle la guerra a las minucias, de consagrar mi existencia a destruirlas, a borrarlas de la faz de la tierra, incluso a las más insignificantes, como era la que me perdió, una minucia de nada, de aspecto completamente inofensivo y minúsculo tamaño, tanto que de haber reparado en ella no me hubiera exigido el menor esfuerzo apartarla de mi camino.

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