En el mundo de los relatos de Diego Luis Sanromán hay hombres que chamullan en jergas incomprensibles y ladran como mastines, jóvenes que se flipan con sustancias orientales en ciudades arrasadas por la guerra y por cuyas calles anegadas de lluvia los delfines flotan como obuses plateados, zapatos vengativos que danzan solos y son como trampas para osos, carreteras que se pierden entre el sopor de las tardes de domingo, maestras tan atroces como la diosa Kali, pequeños burgueses que transforman sus hogares en refugio para vagabundos, niñas que crecen demasiado rápido y que pronto sienten la
«Verónica Gerber escribe con una luminosa intimidad; su novela es ingeniosa, brillante, conmovedora, profundamente original. Leerla me hizo sentir que se había recompuesto el mundo».—Francisco Goldman.
«Conjunto vacío, es una primera novela dolida y luminosa que renueva como pocas el paisaje de la joven narrativa latinoamericana, Gerber es una escritora que dibuja o, en todo caso, que ha conseguido colar “íconos verdaderos” entre esos signitos opacos alineados en unas páginas impresas que hemos convenido en llamar literatura».—Graciela Speranza
«Una de las novelas más imaginativas de la literatura latinoamericana reciente».—Carlos Pardo, Babelia.
«En Conjunto Vacío, Verónica Gerber Bicecci reconstruye la herencia fragmentaria de una ausencia para la que no encuentra explicación».—Iván de la Nuez, El País.
«Original, fresca e impactante».—Xavi Ayén, La Vanguardia.
«Una obra original, fresca e innovadora como pocas, que conmueve con su verdad literaria y su voz».—Devoradora de libros.
«Una novela sobre los límites, sobre su invisibilidad, sobre la incapacidad de alcanzarlos y —en última instancia— un lamento sobre la infinitud de todas las cosas».—José de Montfort, FronteraD.
«Una propuesta fresca, desafiante».— Jorge Carrión, Revista Otra Parte.
Conjunto vacío, primera novela de Verónica Gerber Bicecci, es una historia construida con una dura e infinita belleza; un relato en el que la escritura va de la saturación al vacío, y en el que la prosa experimenta un viaje que parte de la normalidad y se mueve hacia la extrañeza.
Mi expediente amoroso es una colección de principios. Un paisaje definitivamente inacabado que se extiende entre excavaciones inundadas, cimientos al aire libre y estructuras en ruina; una necrópolis interior que ha estado en obra negra desde que recuerdo. Cuando te conviertes en coleccionista de inicios también puedes corroborar, con precisión casi científica, la poca variabilidad que tienen los finales. Estoy condenada, particularmente, a la renuncia. Aunque, en realidad, no hay mucha diferencia, todas las historias terminan bastante parecido. Los conjuntos se intersectan más o menos igual y lo único que cambia es el punto de vista desde el que te toca ver: la renuncia es voluntaria, el consenso es la menos común de las opciones, y el abandono es una imposición. [...]
Verónica Gerber Bicecci (Ciudad de México, 1981) es una artista visual que escribe. Además de Conjunto vacío, ha publicado Mudanza, Palabras migrantes, Otro día... (poemas sintéticos) y La Compañía (Pepitas, 2021).
Cinta negra es una parodia tremendamente divertida sobre el mundo de la gran empresa y el ascenso social. Un croquis de cómo algunas corporaciones impulsan en su seno estructuras de secta en las que el acceso a lo más alto de la cadena de mando es sinónimo del ascenso a los cielos. La cinta negra —o cinturón negro como se dice en España— es el máximo reconocimiento profesional al que se puede aspirar en Soluciones, una empresa moderna como la que más, que se dedica a solucionear soluciones por encargo.
La revolución es una cosa muy complicada, es verdad, pero más complicado aún es enfocar qué retaguardias concretas sostienen la revolución, qué cuidados habilitan o qué política es capaz de trascender en las vidas de quienes la producen, cuando se cuida a otros. O, desde otro punto de vista, qué demonios pasa con esas retaguardias cuando todo parece en calma. Un día se juntaron, a ver si se entendían, dos grupos de ideas aparentemente separadas: política, militancia, activismo, organización, que iban por un lado, y reproducción, vida, cuidados, afectos, sostenimiento, que venían por otro.
[...] Hay, objetivamente, una vanguardia discursiva y otro montón de experiencias al otro lado. En las largas conversaciones que dieron lugar a este libro, lo que emergió de facto es que la perspectiva de los cuidados puede no tener literatura, que tratarlos obliga a atender a un millón de pequeños problemas privados, pero también que esos cuidados demandan hacerse públicos. En el trayecto, quizá he encontrado la grieta. Y ha sido en ese lugar llamado escritura, en el que lo privado colisiona con lo público, en el que tuve que seleccionar entre infinidad de detalles preguntándome qué debía y qué no debía contarse, donde creí comprender que las experiencias personales e intrascendentes pueden, definitivamente, transformarse en algo mucho más amplio. Esa escritura es la que me ha hecho encontrar el verdadero parentesco entre la política y los cuidados. [...]
El 4 de julio de 1845, Henry D. Thoreau se mudó a una casita de madera que había construido a orillas del lago Walden, no muy lejos del centro de Concord, Massachusetts, donde había nacido en 1817. Permaneció allí dos años, dos meses y dos días, escribiendo, observando el entorno y experimentando con su vida; el resultado fue un libro, Walden, que acabó convirtiéndose en un clásico universal.
[...] Tal vez vivir en Walden sea simplemente esforzarse por vivir una vida más ética, es decir, más deliberada y mejor elegida. Dondequiera que alguien intenta educarse, mejorar, aprovechar el tiempo, eso es Walden. No es un sitio fijo, sino un lugar de tránsito, porque esa mejora nunca va a ser absoluta, siempre vamos a estar mejor o peor, y no hay garantías de progreso. [...] Si lo que Thoreau extrae de su estancia en Walden no es un beneficio económico sino ético, si lo que persigue es adquirir unas virtudes más que alcanzar una imposible autosuficiencia, entonces el experimento no fue tan fallido. [...]
Tras un montaje policial, el actor Pierre Clémenti —uno de los iconos de la rebelión juvenil de los años sesenta y setenta— fue encarcelado en Italia acusado de posesión de drogas, en lo que no fue sino un intento más de destruir su alma a través del encierro de su cuerpo. Y fruto del encierro nace este texto en el que Clémenti, con gran lucidez, convierte su caso particular en una denuncia sin fisuras de la sociedad carcelaria, haciendo pública la suerte que corren los presos tras los muros. Una suerte que es inseparable de la del resto de la sociedad.
[…] Odio las limitaciones, me gusta estar disponible para las aventuras que trama el destino y que mi “carrera”, como suele decirse, no esté regulada, controlada, planificada por un brain-trust para los años venideros. Creo que solo la libertad, incluso si esta significa problemas, pobreza, incomodidades, puede permitirte crear de verdad siguiendo a tu corazón, aportar a tus hermanos un mensaje que no los aliene y que les dé fuerzas para liberarse también ellos de las cárceles en las que los mantiene ese mismo sistema que quiere apropiarse de tu sustancia. Sé que es más que difícil, prácticamente imposible, en la industria del espectáculo tal como es hoy en Francia, que está completamente podrida por la pasta, poder aguantar, mantenerse fiel a uno mismo, conservar esa pureza que dota de sentido a cualquier creación, y al mismo tiempo “cumplir con el contrato”, satisfaciendo los intereses de los hombres de negocios que apuestan por ti. O te vendes y te vacías rápidamente, o sigues siendo un marginal y te bates por tus ideas. […]
Pierre Clémenti (1942-1999). En la pantalla y sobre los escenarios fue la encarnación de la belleza ambigua y de cierta elegancia canalla, y también hasta cierto punto de las aspiraciones y contradicciones de las revueltas que en las décadas de los sesenta y los setenta del siglo pasado agitaron a la mitad del mundo. Un actor raro que jamás se consideró un mero intérprete y que se negó a que lo convirtieran en estrella.
Pocas niñas salían escritoras en los extrarradios de Sevilla en 1974. Con seis años escribí un relato. Tenía tres líneas y cinco faltas de ortografía. Con dieciséis, me dejaba explotar en trabajos de periodista. Estudié la carrera que me entusiasmaba. Luego casi me hago empresaria de hostelería. Migré a Chile en 1999, al tiempo que Pinochet era detenido en Londres. Puse mi granito de arena en la caída de las puntocom locales. Volví a Madrid en 2003. Aznar, presidente. Puse mi empeño en la caída de la prensa cultural gratuita, ese engendro.
Con el fin de recuperar su obra «perdida» y ofrecer no solo una extensa muestra de su talento humorístico, sino también un retrato coral de la sociedad española de los años cincuenta, hemos reunido en tres volúmenes todas las colaboraciones de Rafael Azcona en la que fuera «La revista más audaz para el lector más inteligente». Un humor delicado y cáustico a la vez electriza estas páginas, contemporáneas de títulos tan celebrados como Los muertos no se tocan, nene, Los ilusos o El pisito