Antimatrix está construido como una deambulación por un laberinto habitado por un monstruo que nadie ha visto nunca de frente, pero que aterroriza al planeta entero. Solo el pensamiento de algunos aventureros que nos precedieron en este dédalo sirve aquí de brújula, así como diversas investigaciones que por desgracia quedaron sin manual de instrucciones.
[...] En muchos mundos campesinos, era costumbre detener los relojes y cubrir los espejos en una casa en la que alguien acababa de morir... Frente a la economía política de la muerte, que nos confina y nos aísla cada día más, detener los relojes y cubrir los espejos se impone ahora como el saludable gesto a partir del cual se haría posible que nos construyamos mundos habitables.
«La pretensión de Ward es la de acreditar que, en las correrías de los niños en la calle, en su manera de apropiarse de un espacio urbano que al mismo tiempo producían, emergía la evidencia de que eran posibles otras maneras de hacer las cosas juntos, y que esas cosas ya estaban dándose a nuestro alrededor, ante nuestros ojos». —Manuel Delgado
Este libro explora las infinitamente variadas experiencias de los niños a la hora de habitar la ciudad y el proceso por el cual su desbordante capacidad de inventar escenarios urbanos y vivencias en común ha ido siendo aplacada hasta llevar —en palabras de Manuel Delgado— al «acuartelamiento» de la infancia al que hoy asistimos.
Colin Ward (1924-2010) fue un destacado militante anarquista británico, además de un prolífico escritor y editor. Sus trabajos se encuadran en el ámbito de la arquitectura y la educación.
«Simonides es la sonrisa sabia e Irurzun el tesón que huele a rabia y goma quemada. Mezclarlos es combinar lejía con amoniaco, con resultados positivos. En una sociedad normal nos dejaríamos engatusar por ellos en lugar de por el ejercicio físico, el aislamiento social incel o la estafa piramidal de turno. Son coach de la supervivencia y la esperanza en un mundo al que se le deshacen todas las costuras». —Juarma
«¿Ya estás otra vez con tus gansadas, hijo?» —Blanca Ilundain, madre del autor
En un futuro no tan lejano, Pamplona-Volkswagen —nueva denominación de la vieja Iruña— se ha convertido en un enorme parque temático sobre los sanfermines, en el que la mitad de sus habitantes trabajan como extras, representándose a sí mismos, mientras la otra mitad sobrevive a duras penas en los diferentes estratos subterráneos en que se amontona la ciudad (cuanto más distanciados de la superficie, más pobres).
Ernesto Murillo «Simonides» (Murchante, 1952) sacó sus primeras historietas a mediados de los setenta en publicaciones como El Huerto, Star o Euskadi Sioux. Posteriormente, participó en revistas como El Víbora, El Papus, Makoki o TMEO, de la que es uno de sus fundadores.
Cuatro años antes de la proclamación de la Primera República, en plena efervescencia revolucionaria, Élie Reclus emprende un viaje por España. El etnógrafo anarquista llega al país en un momento en el que las diferentes facciones políticas pugnaban por echar a los Borbones. Se trataba de un movimiento que generó gran expectación en Europa, ya que lo que estaba ocurriendo en España marcaría el devenir de otros países del continente.
[...] Quizá triunfemos antes de librar batalla. Sea como sea, que se sepa bien que si en España la república es difícil, la monarquía es desde este momento imposible. [...]
[... ] Pero he aquí que, sin estar preparada para ello, España se transforma inopinadamente en república. Desde hace un mes vivimos, de hecho, en régimen republicano. Ese régimen se distingue por una libertad mayor que la que se goza en los Estados Unidos y en Suiza, y nunca el país estuvo tan tranquilo como ahora ni fue tan feliz y tan próspero. Puesto que existe ya, la república es posible. Ya que sois conservadores, conservad la república, en vez de infligir a España la humillación de imponerle un rey extranjero que será causa involuntaria de una guerra civil en la que figuraréis como primeras víctimas. [... ]
[...] Los ciudadanos reunidos en Alora eran incapaces de explicarse que se los hubiera convocado nada más que para escuchar unos discursos y luego volver tranquilamente a sus casas. No comprendían el deber de retirarse sin atacar alguna cosa o sin chocar con nadie. A pesar de habérseles recomendado insistentemente que no fueran armados, casi todos llegaron a Alora armados de escopetas. Y no fue cosa fácil convencerlos de que debían dejarlas en la estación. Su propósito era arrancar de la cárcel a los correligionarios que estaban en ella por su devoción a la república. Y no lograban concebir la posibilidad de marcharse otra vez dejándolos entre rejas. No querían creer que siendo ellos varios miles y no habiendo en la población más que diez guardias civiles, quedara sin reparar la injusticia de que eran víctimas sus amigos. De ninguna manera. Y el propósito de asaltar la cárcel y llevarse a los compañeros tomaba mayor firmeza a cada momento. [...]
Élie Reclus (1827-1904), etnógrafo, hermano mayor del célebre geógrafo anarquista Élisée, siguió una trayectoria similar a la de su hermano, y a la que más adelante seguiría también su hijo Paul. En 1865 se afilió a la Alianza de la Democracia Social, fundada por Bakunin en Italia el año anterior. Cuando en 1871 se proclamó la Comuna en París, los dos hermanos trabajaron codo con codo a favor de su desarrollo. Élie fue nombrado director de la Biblioteca Nacional, cargo que ocupó brevemente, ya que los versalleses entraron en París poco tiempo después y lo apresaron.