Alexandre M. Jacob ha sido, hasta la fecha, uno de los más célebres bandidos anarquistas de todos los tiempos. Sus peripecias vitales han dejado necesariamente una poderosa huella: la red de «robo científico» que tejió junto a sus compañeros ha servido de inspiración en más de una ocasión a la literatura —los casos más sonados son Arsenio Lupin y El ladrón de Georges Darien—, y su actitud ha influido en la forma de actuar de diferentes generaciones de rebeldes sociales desde entonces hasta nuestros días.
[...] Antes que verme enclaustrado en una fábrica, como en una cárcel, antes que mendigar aquello a lo que tengo derecho, he preferido sublevarme y combatir metro a metro a mis enemigos, haciendo la guerra a los ricos, atacando sus bienes. Cierto, puedo concebir que ustedes habrían preferido que yo me sometiera a sus leyes; que, como obrero dócil y acobardado, hubiera creado riquezas a cambio de un salario irrisorio y, cuando mi cuerpo estuviese gastado y mi cerebro embrutecido, me hubiera ido a morir a una esquina de la calle. Entonces no me llamarían «bandido cínico», sino «honrado trabajador». Valiéndose de la adulación, ustedes me habrían otorgado incluso una medalla al trabajo. Los curas prometen un paraíso a sus estafados; ustedes son menos abstractos y por eso ofrecen un trozo de papel mojado. Les agradezco mucho tanta bondad y tanta gratitud, señores. Prefiero ser un cínico consciente de sus derechos que un autómata o una estatua. [...]
La sensación de vivir en un campo de concentración planetario tiene su máxima realidad en la metrópoli. Ante una devastación total de las formas-de-vida, el eco que no deja de resonar en nuestro interior es: ¿a dónde huir? Habitar plenamente, arrancar territorios a la gestión mundial capitalista, construir comunas son los gestos revolucionarios de quien ha dejado de esperar, de quien no cree en las «soluciones» del urbanismo y otras ciencias de gobierno, porque sabe que la generación de mundos no es un problema, sino una necesidad vital que se asume o se delega al opresor.
[...] Fragmento a fragmento, la cuestión de los territorios, de cómo defenderlos, de cómo vivir autónomamente en ellos fuera y en contra del poder, asoma en todos los horizontes revolucionarios de la época. Aflora así la certeza de que sería justamente esta «propensión telúrica» la que inscribe los gestos políticos en lo más radical del ahora, la que les proporciona en cada ocasión su contemporaneidad. Contemporaneidad no por alguna voluntad de innovación u originalidad —los pueblos indígenas han hecho de los territorios el corazón de sus luchas desde hace siglos—, sino porque rechaza las pretensiones más falsas de esta época y dejan entrever por destellos otra. Nuestra tradición —la de los oprimidos— comparte así una estrategia con las formas-de-vida que entran en contacto con ella: estas se entretejen con territorios muy determinados, en los cuales pueden crecer, fortalecerse, organizarse, cuidar de todo aquello al alcance de sus manos, habitar en común. [...]
El consejo nocturno no es un autor, colectivo u organización. Su existencia —en la órbita del Partido Imaginario o del comité invisible— es solo «de ocasión»: sus miembros se limitan a reunirse en momentos de intervención, porque la intervención es un modo consecuente de escritura que conciben a la altura de esta época. Se sitúa en lo que algunos siguen habituados a llamar México, país ahora hecho pedazos por años de guerra civil legal emprendida por el gobierno local contra «el narcotráfico».
«El insulto fue la forma más primitiva, originaria, de la diplomacia, en la medida en que esta es el arte de resolver por acuerdos de palabra lo que podría llevar a conflictos armados». —Rafael Sánchez Ferlosio, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos.
Este libro, que está a medio camino entre la reflexión irracional y el exabrupto sofisticado y que cuenta con el aliento de la ofensa elaborada y el pálpito de la maldición laica, es un compendio que encierra todo el arte del insulto: clase, elegancia, saber estar… No olvidemos que el insulto es un arte que hay que cultivar con el mismo cariño y el mismo mimo con que se trabajan las enemistades.
José Antonio Ruiz Gracia es albañil.
Pablo Molano, conocido luchador social de Barcelona, se quitó la vida en 2016. Su muerte abrió un abismo –que se ha ido llenando de preguntas- en la comunidad de lucha a la que pertenecía.
Santiago López Petit es químico y filósofo. Nació en Barcelona en 1950. Fue militante de la autonomía obrera en la década de 1960. Trabajó como químico en una empresa de vidrio recuperada por sus trabajadores y participó en muchos de los movimientos de resistencia social posteriores a la crisis del movimiento obrero. Continúa la tradición de la filosofía sesentayochista francesa (sobre todo Deleuze y Foucault) y del marxismo heterodoxo italiano (los autores del operaísmo como Negri, Panzieri y Tronti).
«Ubú Rey es el principal personaje de Jarry y se ha convertido en un personaje teatral y literario típico, como puedan serlo Don Quijote o Hamlet y otras figuras de la escena y la literatura. ¿Por qué? Porque es un personaje único en su género que representa la herejía, la sátira, la desmitificación, la contestación, la destrucción, en una palabra, del concepto de autoritarismo». —Enrico Baj.
«Jarry hizo algo mejor que escribir Ubú. Fue Ubú». —Albert Thibaudet.
«Ubú es la encarnación del anticristo sobre la tierra y, por consecuencia, una imagen inversa de Dios». —Henri Béhar.
El gran ciclo de Ubú se compone de las obras: Ubú rey, Ubú encadenado, Ubú cornudo y Ubú en la colina. La presente edición, a cargo de Julio Monteverde —la más completa hasta la fecha en lengua castellana— recoge todas estas obras en una nueva traducción, y suma otros documentos inéditos y esenciales, como por ejemplo los dos «Almanaques», por primera vez traducidos íntegramente al castellano, así como gran cantidad de textos y fragmentos en los que la redondeada sombra de Ubú se proyecta sobre la obra de Jarry.
«Padre Ubú: ¡Cornipanza! ¡No habremos demolido nada si no demolemos también las ruinas! Y no veo otro modo de conseguirlo que levantando con ellas bellos edificios bien ordenados».